Hay en este película una mujer negra, Annie, que quiere ser criada y que dice, nada más empezar la película, ¿Le gustaría tener una criada interna? ¿Alguién que cuide bien de su hija? ¿Una mujer sana, fuerte y sensata que coma como un pájarito, que no le importe no tener días libres y que le cobre poco? Estoy disponible... Dice eso y consigue lo que se propone. (¿Os acordáis la semana pasada de la chica con la máscara en la cara y cantando en círculo he conseguido trabajo con los blancos?) Siempre con una sonrisa que da vértigo, una sonrisa como de sumisión que consigue casi todo lo que se propone, ¿qué sumisión es esa que impone su voluntad?
Hay también una chica, Sarah Jane, la hija de Annie, que parece blanca, como dicen, que tiene la piel blanca pero sangre negra, dicen, y que reniega de su madre y quiere ser blanca, llevar una vida de blanca, o lo que es lo mismo, no llevar una vida decidida por el color de su piel, por el color de la piel de sus padres. Este es uno de los personajes más solitarios que he visto nunca en una película. No puedes mentir sobre tus orígenes, le dice su madre, no está bien, y tiene razón, claro, no está bien mentir, renegar de los suyos, pero también tiene algo de razón Sarah Jane al mentir, al intentar con una mentira esquivar la mentira del mundo en el que vive, tiene razón hasta donde puede tenerla estando sola, deslizándose dentro del mundo sin poder cambiarlo.
Por eso esta película es como un espejo múltiple, porque para cada personaje, para cada nudo irresoluble, refleja todas las caras de la situación, filma al mismo tiempo la angustia de Sarah Jane y la crueldad con la que esa angustia le hace tratar a su madre, filma desde la angustia de una y desde el dolor de la otra, la razón y la equivocación de las dos, a veces en un solo movimiento de cámara, como si el pensamiento del cineasta, los ángulos de cámara, fuese eso, la capacidad de moverse entre los sentimientos de todos sus personajes, de sentir las razones de todos.
Las escenas entre Sarah Jane y Annie no son más que una parte de la película, de ese cruce de razones divergentes y deseos realizados que es la película, hay más, hay una mujer que ante todo quiere ser actriz, un hombre que ante todo quiere casarse con la mujer que ante todo quiere ser actriz y una chiquilla rubia que tiene la desgracia de ser interpretada por Sandra Dee y desea ante todo ser tomada en serio a pesar de su aire de porcelana rococó.
No voy a decir más, porque la belleza de la película quizás sea esa, que una vez que se tira de un hilo uno ya no puede parar, todo está entretejido, todo se refleja, se multiplica, cambia de sentido, el sueño en la vida de una es la pesadilla en la vida de otra, y no quiero ahora seguir tantas pistas (y alguna cosa me habría gustado contar de la vida de Sirk, que fue otro melodrama), tantas líneas que al final de la película llegan a un lugar donde de nada sirven palabras e historias, un lugar, que no sé si es un más allá o algo mejor, es otro, un lugar donde suena gospel, un lugar al que solo la música y el movimiento pueden llegar y donde los personajes al fin pueden hacer piña, abrazarse, latir a una, sentir lo mismo al mismo tiempo, mucha pena y mucho desgarro.
Y, una vez allí, ¿qué?
Toca llorar unos mares.
Y, una vez que hemos llorado ¿qué?