Si Corrientes de amor trata de un amor cesante, de un de amor no correspondido, aquí va una de amor cercado, muros altos que habrá que zapatearse, ¡chachipé!
Sonacay en el cine-club de La Morada, este martes 3 de febrero a las 8 de la tarde,
ea.
El payo Guillermo, atento él, escribió a la inglesa aquello de Romeo y Julieta, ni tan mal, aseao, pero en La Morada vamos al original, en caló, que es lo de ley, y musical como nos gusta, aunque de un musical extraño se trate, porque en la película bailar y cantar sea, como en la vida, lo más natural del mundo. Nunca un musical fue más documental: Los Tarantos (1963) La última peli que hemos visto en La Morada trataba de una corriente de amor, así lo entendía su protagonista femenina, una mujer insistente y desquiciada, el masculino sin embargo, descentrado y bebedor. Mattea se preguntaba que a santo de qué siempre personajes tan rumbosos los del Cassavettes. No supimos dar con otro par que se tomaran las dificultades del amor y su imposibilidad en plan quinquenal, soviético o morigerado, por ejemplo, pero para rumbosos los de la prosapia de la Carmen Amaya.
Si Corrientes de amor trata de un amor cesante, de un de amor no correspondido, aquí va una de amor cercado, muros altos que habrá que zapatearse, ¡chachipé! Sonacay en el cine-club de La Morada, este martes 3 de febrero a las 8 de la tarde, ea.
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El martes pasado vimos en La morada Adieu Philippine y nos preguntábamos cómo sería la españa sesentona de entonces y sobre todo, ¿es posible representar la juventud, apenas nombrarla? ¿no se trata siempre de la promesa de algo que no acaba de presentarse?
Basilio Martín Patino debutó en la ficción con esta película, Nueve cartas a Berta (1966) en la que acaso encontremos otra posibilidad de hacer aparecer la juventud en la pantalla de nuestra sala, o al menos un par de jóvenes distintos inventados por un director, entonces, tan jóven como ellos. Basilio Martín Patino pretendió emprender allá por los cincuenta un camino colectivo en el que pensar en qué podría consistir hacer cine aquí y ahora. Hay un libro de los cien directores malditos españoles, en él no aparece. Así seguimos aquí, dándole vueltas. Confíen y descubran el trabajo de un jóven director, que no es siquiera un maldito. Fort Apache y John Wein (1948) nos condujero a Los camaradas y Mastroiani (1963). Cosas de fechas y de mundos remotos pero casi contemporáneos, recreados desde algún sitio (o desde Algún Sitio) para nosot@s, o para otr@s nosotr@s, es lo mismo.
El caso es que el tiempo de esos tiempos también lo retrató alguien en El árbol de los zuecos (1978). Otro ángulo más, pero otras vidas, otro cine, suficiente por ello, y en este caso, puede, que necesario. Porque de esta película, que leo ahora por los internetes que es magnífica, sólo sé que jamás se ha borrado de la memoria, un evento rarísimo, y que recrea la vida casi desde dentro de los costurones de la vida misma. Veremos a otros chiquillos italianos, a otras gentes sencillas y aplastadas por el hambre y por algún otro patrón. Los niños se parecerán tanto a los de Los camaradas, y los viejos… y sin embargo se parecerán, en realidad, tan poco. El árbol de los zuecos es una pretensión soberbia de hacer algo grande a partir de lo más pequeño quizás, con toda la intención y con todas las aspiraciones. Y puede que, raramente, no fracasada. Es imprescindible asistir a la vida de esos campesinos lombardos acompañados. Otra cosa sería una insensatez y un desaire. Veámosla, el martes 2 de abril en La Morada a las 19.30h esta vez, que dura lo suficiente, como la vida, como para llevar algo de avituallamiento y mirar cenando, o como se diga. PD: Por si las dudas, si le preguntas a Al Pacino cuál es su película favorita… |
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