Un nuevo problema
estalla en el mundo,
se llama color.
Se llama color,
y se extiende por todo el mundo.
Tres años más tarde, en 1966, el director senegalés Ousmane Sembène realizó una película sobre una chica negra que se va de Dakar para trabajar durante las vacaciones en la casa de una pareja francesa.
La chica negra, La Noire de..., así se titula la película, vendrá a Francia para conocer el país, la gente, para ver las tiendas bonitas de las que le ha hablado su jefa. Vendrá a Francia para ser feliz y tener una buena vida. Cuando estén logrados estos sueños, se hará una fotografía y la enviará a casa en un sobre. La remitente ya tiene el tipo de imagen en mente. Una mujer posando en la playa. Los destinatarios ya tienen ese tipo de imagen en mente. Estos son los deseos de la chica que parte y las expectativas de los que la esperan.
El barco llega al puerto de Antibes y la chica negra desembarca. Lleva un vestido blanco con lunares negros, un pañuelo blanco, unos pendientes blancos en forma de flor, un collar blanco y la ropa interior de una mujer blanca. Tiene un bolso blanco. No solo imita a la mujer blanca, la ropa que lleva colgaba antes del cuerpo de una mujer blanca.
La chica negra tiene un nombre. Debe tener un nombre porque la pareja francesa, y concretamente la mujer—porque es ella y no el marido quien está siendo relevada de sus deberes—, precisa de un nombre para el ejercicio del orden y el regaño: ¡Diouana! ¡Diouana! ¡Diouana!
La voz de Pasolini decía
La clase de la belleza y la riqueza,
un mundo que cierra sus puertas.
Mañana, el martes 25 de agosto a las ocho en La Morada, veremos el mundo de la belleza y la riqueza, con todas sus puertas y ventanas cerradas. Veremos a Diouana detrás de esas puertas y ventanas, como un animal atrapado, una cosa, una cosa con un lugar en ese mundo de la belleza y la riqueza, nadie en particular. La pareja francesa tarda mucho, la película solo dura 65 minutos, pero tarda casi todo este tiempo en ver que su animal es un animal vivo. Tiene una memoria, o por lo menos un recuerdo, y un concepto de sí misma.
Después de ver La Rabbia, de escuchar “un nuevo problema estalla en el mundo, se llama color”, recordé una historia que me contó mi madre. Ella tiene una casa en un pueblo en la costa de Australia, lejos de las grandes ciudades. Su población es abrumadoramente anglosajona. Mi madre lleva más de 20 años yendo al pueblo. Hace unos años fue con su pareja, una mujer de Sri Lanka, por primera vez. Un día ellas estaban comiendo fish and chips y veían cómo unos niños tiraban piedras a un cisne negro. Se acercaron y mi madre les dijo que parasen, entonces uno de los niños replicó “nosotros no hablamos en aborigen.” Cuando intento captar cómo este lanzamiento de piedras a todas las cosas negras por igual le hacía sentir a la pareja de mi madre, la imagino, en los días siguientes, herida, llevando una tristeza difícil de comunicar. Pesada, esquivando.
Os cuento esta historia porque es cruel y violenta. En la película que vamos a ver Diouana es objeto de violencia y crueldad, y sufre la imposibilidad de comunicar, de tener aliados, de escapar. No son historias de gente sin color.
La voz de Pasolini decía
Debemos aceptar que hay infinitas vidas
que quieren, con inocente ferocidad
penetrar en nuestra realidad.
¿Y qué ocurre en La Noire de... cuando Diouana lo intenta?