Nieva. Por caminos que son todo barro, con sus hábitos que parecen hechos con tela de sacos de patata, descalzos, vienen León y Francesco. Vienen hablando. ¿Qué es la perfecta alegría? Al tiempo, todavía bajo la nieve y aún más embarrados, Francesco nos lo dirá.
Extraño asunto es este para una película, la perfecta alegría, tan extraño como el de la semana pasada, un hombre pintando un membrillero, sí, tan extraño como un hombre en su jardín lápiz en mano frente a un arbolillo y un amigo junto a él sujetando una hoja con un palo, y los dos cantando cariño, cariño mío.
También los frailes de Francesco cantan. Cantan de alegría en la pobreza. Cantan de alegría bajo la lluvia. Cantan y corren y ruedan por los suelos y no paran de hacer cosas. No es esta una película de monjes en su monasterio, sino de frailes en el mundo, de hombres que actúan y van entre los hombres y reciben palos, porque viven en un mundo violento y desconfiado, pero no es ese motivo para su enojo sino para volver a empezar. De este orden son los milagros que veremos, nada sobrenatural, no un leproso repentinamente curado, sino un leproso abrazado, por ejemplo.
A saber qué podemos hacer nosotros con tanta alegría y tanta confianza en los hombres, si alegrarnos o quedarnos desconcertados, si desconfiar o rendir las armas. En una de las más bellas escenas, y de las más divertidas, porque esta película es también muy divertida (hay que ver al bigotudo tirano Nicolás dentro de su enorme e inverosímil armadura buscando un hueco por el que ver lo que sucede), en una de las escenas más bellas, iba diciendo, todo un ejército quedará desarmado ante la humildad de un solo hombre.
Quizás sea eso, quedar desarmados, lo mejor que nos pueda pasar viendo esta película. Sólo después habrá algún riesgo de que nos venga, por un rato, algo de perfecta alegría.
Ese riesgo es este martes a las ocho, y es en el cine-club de La Morada.