Como en la película de la semana pasada en esta hay también un lago y gente ociosa, deseo, conversaciones y acentos extranjeros, y todo sucede en Suiza. Hay muchas cosas, sí, que son como la semana pasada, pero también hay dos o tres muy diferentes. Esta vez el amor no se controla, no, no es ni por asomo un juego, esta vez el amor llena y desborda, de felicidad y de dolor, a veces no se sabe muy bien dónde termina la felicidad, dónde empieza el dolor. Y esta semana importa la naturaleza, hay flores que se ven, se huelen, se tocan, se dicen, y hay música, mucha música, que se escucha y que es como la primavera, se mete por la sangre, se sube a la cabeza, calma y exalta. El amor en esta película es cuerpo, es sangre, y la sangre es naturaleza, es polen, de pronto se enciende, de pronto la naturaleza toma el control, rompe sus propias leyes, descontrola la razón, impone otra diferente. La primavera, como los violines, siempre tiene razón, sí, pero las razones de la primavera pueden ser ambiguas. Ya lo dice un personaje: tu amiga la naturaleza parece tener una cierta inclinación por la ambigüedad. ¿Qué querrá decir? Ah, ah, ya lo veréis...
La película parece suceder en un lugar fuera del mundo, con costumbres y conversaciones de otro tiempo, hasta las frases que expresan la nostalgia de un tiempo pasado suenan ellas mismas a tiempo pasado, y los personajes tienen algo irreal, una elegancia frágil y a ratos ingenua, podríamos pensar que es por ser una historia de burgueses al borde del lago Leman, pero Guiguet también hizo una película sobre un criado, otra sobre putas y otra sobre pasajeros de un tranvía y sus personajes, sea cual sea su condición, tienen siempre ese aire irreal, como de príncipes en el exilio (los de las novelas, nunca conocí a ninguno real), como venidos de otro mundo, principitos venidos de otro planeta, princesas lunares en un exilio terrestre.
Guiguet decía que una película no debía fotografiar la realidad (ni dar la ilusión de que fotografía la realidad) sino transformarla, hacerla más bella, más armoniosa, sus actrices y actores debían de moverse como en otro mundo, los diálogos debían estar más escritos que en la realidad, las ropas y los decorados ser más bellos de lo normal. Es un mundo que reconocemos, que se parece al nuestro, y que sin embargo es diferente, está como afinado, despojado de ruido y desorden, y sobre ese mundo la pequeña historia ya no parece tan pequeña, se llena de intensidad, como el rojo del vino parece más intenso si se derrama sobre un mantel blanco.
Hay algo así que se cuenta en la película, sí, hay un chico que es amado y que tampoco es para tanto, oh, hasta resulta un poco tonto, pero para la mujer que lo ama es el más encantador de los muchachos, para la mujer que lo ama se vuelve un príncipe en el exilio, es él y al mismo tiempo es algo más, es una realidad que se vuelve más armoniosa e intensa por la mirada de ella. Quizás la mirada de Guiguet sea una mirada enamorada, quizás sea el suyo un trabajo de amor, un trabajo que crea una armonía muy frágil, que a cada instante parece que se va a romper, a cada instante se rompe si no la aceptamos, porque, esto también lo dice el personaje, es fácil no comprender un sentimiento que no se comparte. Y no sé, la verdad, si compartiréis el sentimiento de la película, hay algo un poco impúdico en ella, en toda su delicadeza, en su atención casi manierista hay, creo, algo muy desnudo y arriesgado, algo que quizás no deberíamos de haber visto.
Este martes, a las ocho, en el lago Leman que está en Suiza que está en La Morada, una vez más, ya es primavera.