In einem Jahr mit 13 Monden (Rainer Werner Fassbinder, 1978)
En palabras de Fassbinder "Un año con trece lunas describe los encuentros de una persona durante los últimos cinco días de su vida, tratando de descubrir a través de tales encuentros si la decisión de esa persona de no seguir viviendo después del último día, el quinto, debe ser rechazada, siquiera comprendida o incluso aceptada por los demás. La acción transcurre en Frankfurt, una ciudad cuya estructura especial da lugar a biografías como esta, o al menos hace que no parezcan inusuales. Frankfurt no es un paraíso de serena mediocridad ni una ciudad pacífica, agradable y plácida; es, por el contrario, una ciudad donde las contradicciones generales de la sociedad aparecen en cada esquina, incesantes".
Esta es una transcripción del texto en la secuencia:
En realidad quería ser herrero, pero no pude entrar como aprendiz. Sólo como carnicero. Fue más fácil colocarme en una carnicería. Terminó por ser suficiente.
El carnicero tenía una hija. Se llamaba Irene. Terminó en la escuela justo cuando yo terminé el aprendizaje.
Queríamos vivir nuestras propias vidas. Su padre nos trataba como si fuéramos mercancía. Nos gustábamos mucho. Quizá no podríamos llamarlo amor. Pero había algo entre nosotros, así que nos casamos. Poco después, Irene tuvo un bebé. Nuestro pequeño tesoro, nuestra Marie-Ann. El padre de Irene ya no podía hacer nada.
Irene se quedó conmigo, incluso cuando volví de Casablanca. Nunca pidió el divorcio, ni siquiera por la niña, aunque es mucho más lista que yo. Se hizo profesora. Y su vida es mucho más valiosa que la mía.
Christoph era actor cuando le conocí. Llevaba siete años haciendo teatro. Lo normal es que los actores vayan a ciudades cada vez más grandes. Pero con él era al contrario. Las ciudades se hicieron cada vez más pequeñas.
Al final, nadie le quería, y eso le entristecía. Estaba tan deprimido que quería morir cuando le conocí.
Hice ritos de vudú para ayudarle. La mejor parte era ensayar papeles con él. Yo hacía un papel y él el otro.
Yo decía: “Cuando nuestra mirada ilumina una acción monstruosa el alma queda en vilo”.
Y Christoph decía: “Al fin pues, afronto mi destierro, desposeído, exiliado, apenas un mendigo aquí. Una corona de laurel me impusieron para llevarme a un altar, como una bestia sacrificial. Y así me sedujeron para arrebatarme mi poema, que era mi única posesión. Lo obtuvieron con halagos y lo retuvieron con fuerza. Ahora mi única riqueza es la que está en tus manos, la que me introdujo al mundo: todo lo que quedaba para impedir mi muerte por hambre. Ahora descubro por qué debería regocijarme: si no llego a hacer mi canción perfecta, y si mi nombre no debe ser conocido en el extranjero, pues, desde su envidia, mis detractores encuentran un millar de faltas y, así, debo ser olvidado. Por tanto, debería entregarme a la pereza, abandonándome a mí mismo y a mis sentidos. ¡Qué decididamente nos engañamos y honramos a los corruptos que nos honran!”.
Entonces yo decía: “No te abandonaré en tu desasosiego”.
Y Christoph: “Concédeme ¡Concédeme por un momento el regreso del presente! Y, aunque un hombre sea acallado por su dolor, un Dios me dio la facultad de decir…”
La voz de Elvira-Erwing se retuerce en esta escena al decir su historia entre las palabras de Goethe; entre el dolor extremo y la estridencia, esta voz se sobrepone a un fondo de radical violencia puesto en primer plano por las imágenes. Y ese sobreponerse tiene mucho que ver con la forma de atravesar -y resistir poniendo el cuerpo- a las coreografías de agresión que circundan al personaje en sus intentos de ir hacia los otros, forma de hacerse cargo del propio dolor inolvidablemente contada en esta película.