Nader y Simin, una separación (2011), de Asghar Farhadi
Con esta película permanecemos un poco más de tiempo en el “tercer mundo”, en la periferia de nuestro sistema-mundo, pero con un importante desplazamiento: de Calcuta a Teherán. De un mundo que es el de los años 50 o 60 del pasado siglo, de la India pos-colonial, del desarrollismo capitalista e industrial que sacude y hace temblar a la vieja sociedad, la vieja moral y la vieja religión, a un Irán actual, en el que el nuevo capitalismo convive con las viejas desigualdades, con algo de la fuerza tal vez, en cuanto a la cultura y ciertas libertades, del movimiento verde, pero sin todo lo que, aunque fuese de un modo embrionario, veíamos en The Big City de solidaridad, de emancipación, de promesa de conquista humana de ese desarrollo caótico capitalista por los simples trabajadores. De Calcuta a Teherán, en cualquier caso, sin ningún exotismo: conflictos puramente universales.
En The Big City, la gran ciudad era el escenario de un conflicto de mundos, y de una trayectoria de emancipación que atravesaba ese conflicto: la heroína, con sus transgresiones tanto de los límites de la vieja injusticia como de la nueva es capaz de inventar una nueva moral, una nueva justicia. Ese, puede decirse, era el aspecto épico de The Big City. La unión (de los trabajadores), encarnada en la familia de la heroína, pero sobre todo en la pareja, conseguía sobreponerse a la nueva servidumbre capitalista, resistir con toda su potencia intacta: la promesa de justicia era capaz de atravesar las nuevas condiciones sociales. Sin embargo, la épica de esa amistad nueva entre el hombre y la mujer que es capaz de desafiar a la gran ciudad es sólo iluminada en la película de Satyajit Ray por una pobre luz artificial: el espectador percibe así que el futuro en absoluto está garantizado, y la épica es así matizada. En el principio mismo del desarrollismo está tal vez la decadencia: ellos van a tener que ser su propia fuente de energía.
La historia de Una separación es, en efecto, y al contrario, la de una separación. Pero esta separación, en cierto modo, nunca acaba de darse. Así, la película cuenta el proceso de separación, o el movimiento mismo de separación: la separación es el primer impulso, pero no es un movimiento puro y decidido, como el movimiento de la mujer que decide abandonar sus quehaceres y lanzarse a la vida laboral y social en The Big City. No está claro si la mujer quiere separarse del hombre, si quiere irse de Irán, si quiere llevarse con ella a su hija. Más bien, puede decirse, con su primer impulso de separación ella espera una respuesta de su marido, de la sociedad iraní y de su hija: el movimiento de separación que la mujer inicia todavía es un acto de comunicación.
Un separación, sin embargo, es, más allá de la historia de separación, una película sobre la justicia. Pues el movimiento de separación de la mujer altera cierto orden de las cosas, y este desorden acaba provocando una falta (crimen o pecado). La película no girará sobre la separación sin girar todavía más profundamente sobre esta falta, alrededor de la cual se produce el conflicto, una vez más, entre dos justicias: la justicia antigua (oriental, divina, popular, oral) y la nueva (occidental, laica, burguesa, escrita). Los dos procesos se superponen, por tanto: el de la custodia de la hija y el de la falta del padre (que tal vez sea producto de una falta de la madre). Y lo interesante de Una separación es que en este conflicto de justicias ninguna se sobrepone a la otra: aunque tampoco es claro que nazca ninguna nueva. Vemos que ambas son a su manera arbitrarias, que en el fondo no pueden sino decidir sobre algo que es indecidible, o cortar algo que, incluso en el seno del movimiento de separación, sigue unido. Así, ese conflicto es remitido sin cesar a las simples relaciones humanas. Y Una separación es un fragmento en la historia sin principio ni fin de las relaciones humanas.
¿Dónde empieza la historia (de la injusticia)? ¿Dónde acaba esta historia (cuándo al fin se produce la justicia)? El cine de Asghar Farhadi es un cine de la suspensión, de la irresolución o de la indeterminación. Tal vez eso pueda resultarnos menos optimista que la épica de The Big City. Pero en cierto modo, la separación de la película nos resulta más familiar que la unión de la otra. Y una vez más, que los conflictos sean remitidos a las simples relaciones humanas, una vez que las grandes formas tradicionales de hacer justicia se muestran inoperantes, y que incluso los niños tengan algo que decir al respecto, e incluso mucho, creo que nos muestra algo que no sé si es alegre o triste, pero que en todo caso se parece más a nuestras vidas de hoy. Es decir, que la cuestión de la justicia y de la injusticia se decide en cada momento, aquí y ahora, por las personas concernidas por los conflictos, según su fuerza, ingenio y capacidad.
No hay justicia final en Farhadi: ni decisión, ni corte, ni separación en el fondo, en Una separación. Lo que hay tal vez es la búsqueda del punto exacto de indecisión para que el conflicto se ordene, para que encuentre su justa posición, su verdad. Es como si esta película dijera: el problema no es la falta de una justicia final, sino que no tengamos el coraje de afrontar con nuestras propias fuerzas la injusticia. Luchar por ver con claridad los conflictos incluso sabiendo que no hay justicia final. No la historia, con principio y final, sino todas las historias, con principio y final indeterminado. Esas historias son la vida, nuestras vidas. ¿Podemos ver su belleza, la belleza de Una separación?
Nader y Simin, una separación, de Asghar Farhadi, el martes 23 de diciembre a las 20h en el cine-club de La Morada.