Palmera, lámpara de araña, techo de cuadrados espejos. Détective es una lámpara de araña, un candelabro de habitaciones, un hotel de planos. Habrá cuatro, seis habitaciones, y en cada una de ellas dos, cuatro personas; habrá un manojo de gentes –pilotos, luchadores en deuda o en activo, mafiosos, detectives– que no paran de fluctuar, de entremezclar sus tramas de folletín y falso crimen, de agitar cuerpo y palabra por unos planos siempre quietos, siempre fijos. Como las habitaciones, todo plano es inmóvil, la colocación tiene lujo de dinámica fijeza, los marcos de plano forman en su derechura sólidos de pared, el cuadro deviene cuarto y todo cuarto cuadrada superficie de bagatelas. Bagatela, gag, número cómico: en la película todas las acciones son esto, puro juego, puro género: no hay comentario sobre el cine popular, no hay nostalgia glorificadora del cine pasado, no hay pensamiento/propuesta de futuro: hay sólo juego, fértil/estéril juego que sólo se quiere a sí mismo, que quiere sólo perpetuarse sin avances ni progresiones, filtrado todo por su lógica de coña y cine. Enormes deudas a pagar o a cobrar, pesquisas sobre un antiguo asesinato áulico, una pelea de amañado boxeo; y tiñéndolas todas, historias de amor –ternura, adulterio, desprecio–, romances de cine que distraen a los hombres, que parecen única ocupación de las mujeres. La música sube estrepitosa con un movimiento de cuello, la frase dicha al final de un plano se repite como por error al comienzo del siguiente, la lámpara del hall resplandece en múltiple desenfoque: continuo fuego artificial, continua diversión, continua mitología genérica. Sólo espectáculo, sólo género, –ningún pensamiento, lucidez lúdica, juego/género, juego/plano, cine/cine.
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Abril 2016
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