«Hay ciertas cosas que la realidad no te entrega si no sabes esperar.» Víctor Erice
El mismo año en que se estrenaba Nouvelle Vague (1990), Víctor Erice sorprendió con la noticia de que pretendía iniciarse en el cine documental y desde ese otoño hasta la primavera de 1991 se encontró con el pintor Antonio López, al que filmó mientras pintaba un membrillero en su entorno familiar madrileño.
Los presupuestos creativos de ambas películas podían llegar a levantar prejuicios profundamente arraigados en el gran público, que tiende a tachar de no cinematográfico o lento a aquello que se aleja del lenguaje convencional del cine comercial. Al igual que la película francesa corría el riesgo de caer en lo literario y llevar el sambenito de pretenciosa al estar construida por continua aposición de sentencias literarias significantes, el documental español podía languidecer en el estatismo pictórico o la mera pintura filmada. Aparte de tales prejuicios y de que se gestaron casi simultáneamente por dos de los autores europeos más reñidos con la industria del cine de consumo, ambas obras sólo comparten la originalidad de fundir las materias primas de otras disciplinas artísticas en el cine.
Hubo quien lo atribuyó a la materia prima "literaria" de la que se nutría, otros a lo "excesivamente experimental", algunos concedieron la benevolencia de que quizá se debía a que la película sólo "se completaba" tras múltiples visionados. Otros considerábamos que si no nos llegaba a emocionar era por "motivos exclusivamente técnicos" pues saludamos todo intento de experimentar en unos tiempos donde el apabullante lenguaje de la publicidad pugna por ser el único y tampoco se nos antojaba un demérito que una película sea literaria, como tampoco que una novela sea cinematográfica, una poesía pictórica o el jazz pueda ser fusión. Y si bien es cierto que muchas de las películas que no nos deslumbran al principio, pueden mejorar tras sucesivos visionados, al menos yo modestamente prefiero aquellas que me conmocionan desde la primera vez y no sólo tras la enésima. Aunque sólo sea porque no dispongo de todo el tiempo del mundo.
Si Nouvelle Vague acaso trata de llegar a "tocarnos" a través de una historia compleja sobre el amor, en nada le beneficia que muchos espectadores continuamente desconectaran por cuestiones meramente técnicas: un guión que sobredosifica las frases densamente significativas sobre el mundo o la vida sin el antídoto de los silencios y que mezcla sin solución de continuidad frases profundas sobre el amor con otras grandilocuentes o maniqueas sobre política, una planificación visual donde quizá los planos no respiran suficientemente y los encuadres y escalas no están acordes a la progresión dramática, una puesta en escena con coreografías a veces confusas en las que los protagonistas en situaciones clave son "pisados" por extras a los que se ve y oye más, o a un montaje y diseño sonoro con transiciones de planos o músicas abruptas, chocantes y muchas veces superpuestas a frases relevantes para dar significado a la historia, a las que opacan. Ese continuo ruido de fondo al que se expone al espectador debido a decisiones técnicas le puede desconectar y dificultar la comprensión y el disfrute de la película.
El sol del membrillo se destapa pues como un nexo ideal con N.V. al ejemplificar cómo todos los elementos técnicos del cine (guión, cámara, fotografía, sonido…) se conciertan armónicamente primero para conseguir transmitir una historia y finalmente para que ésta pueda emocionar. Si trata acaso de cómo el pintor tiene que esperar pacientemente hasta alcanzar las condiciones de luz adecuadas sobre el membrillero y así plasmar su experiencia en un lienzo, el director utiliza todos los recursos técnicos del cine para dilatar o hacer languidecer el paso del tiempo, correa de transmisión cinematográfica para que dicha paciencia sea mortal de necesidad en la pantalla y para obligarnos a mirar a la pantalla con calma para culminar con éxito la experiencia de ser espectadores.
López es filmado mientras se enfrenta al problema de la creación y humildemente verbaliza sus preocupaciones técnicas por la pintura que tiene enfrente. La técnica como forma de solucionar y llegar a la emoción. También lo hace Erice tras la cámara cuando planifica. Un documental que experimenta y roza a veces la ficción, otras la poesía y contiene una sutil y postrera reflexión ética y estética sobre el paso del tiempo. Un documental sobre el creador A. L., cuyo fracaso estético deviene en triunfo ético del ser humano A. L.
D.