Cuando Samuel Fuller dirigió “The Naked Kiss” (me niego a llamarla por su título en español), ya hacía tiempo que había abandonado el cobijo y la tiranía de los grandes estudios, abrazando de lleno la libertad de la autoproducción y el bajo presupuesto. Una libertad que le permitió mostrarnos sin tapujos a esos personajes marginales (de márgenes), tan alejados de los convencionalismos morales de la biempensante sociedad norteamericana de la época (pasada o actual, lo mismo da), a los que tanto apego tenía. La escena inicial, uno de los momentos más maravillosos de la Historia (con mayúscula inicial) del Cine (otra vez), nos muestra a Kelly, prostituta de profesión y de confesión (en varias de sus siete acepciones), iniciando una ruptura con un pasado todavía presente que durará un par de años más, hasta acabar en la cama con el policía putero de Grantville, su pueblo de acogida, (“No caigas tan bajo. Aunque seas policía.”), mirarse al espejo, y prometerse “se acabó, que aunque puta tengo estómago”. Amén, hermana, yo particularmente no le desearía la experiencia ni a Susana Díaz. A partir de este momento comienza la huida de Kelly respecto al pasado o, como ella misma dice, intentar convertirse en uno de ellos. Pero este mundo al que pretende integrarse, o acaso visitar, tiene más sombras que luces, y nada parece ser lo que aparenta. La película como campo de batalla, tal como afirmaba Fuller, del que tampoco conviene olvidar que nunca consideró realismo y mesura como factores prioritarios en su obra (la realidad está sobrevalorada, como decía Marisa Paredes). Perteneciente al cine negro tardío, cabe destacar la figura femenina como protagonista absoluta de la cinta, algo prácticamente insólito para el género y la época que nos ocupan, tan carentes de matices en no pocas ocasiones. Una protagonista que no escatima en recursos; ahora el sexo, después el alpiste como consejero (¡ni una mujer rota sin su botella!), más tarde (y más temprano) su poquito de violencia, presente ésta en toda la obra del director siempre en su vertiente más emocional, como nunca se cansó de predicar. Jamás mujer alguna resultó tan elegante al curtirle el lomo a otra dama (ejem), despeinarse lo justo (o sea, nada), y a otra cosa, Candy, tía, que me espera mi novio. Nada en esta película, tan excesiva y tan de excesos, te dejará indiferente. Es posible que Fuller no tenga obras redondas, pero tampoco le hacen falta. Una obra, como bien dice uno de sus personajes, de gente anormal; como tú y como yo.
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