De pequeña veía un montón de películas del oeste con mi nonno (mi abuelo), eran sus favoritas. Y después de las del oeste las que me gustaban más a mí eran las de acción, las de policías y ladrones, persecuciones, tiros, TESTOSTERONA, RUDEZA!
Yo quería ser ellos.
Amigas, (vosotras también), cómo es el patriarcado de peligroso que, como el capitalismo, cuando no consigue someterte te hace desear ser como él.
El otro día vimos una película de éstas, El Salario Del Miedo, que sí, que iba sobre el trabajo y el miedo, pero urdida toda la trama (como tantas, tantas, ¿todas las tramas?) sobre la A-B-C - indoblegable-como-el-acero estructura del patriarcado.
Propongo Carmina y Amén porque me parece la antítesis total de El Salario del Miedo: ¡es en color, es corta, es una comedia, y está llena de mujeres que no trabajan! :-D
Más profundamente: es la única película que yo he visto hasta la fecha en la que la estructura del patriarcado no tiene ningún poder. O más bien, tiene un poder que no vale. Como el dinero del monopoli o las pistolas de agua.
Pistolas. Había una única escena con pistola en la peli del otro día que para mí marcaba la escala de valores sobre la que se iba a medir el resto de la acción: la del poder de la amenaza (o sea, el poder del miedo, que divide a valientes de cobardes, a hombres de no hombres...). Hay también una escena con pistola en Carmina, y hay poder ahí... pero es un poder bien distinto.
Había un dinero en El Salario del Miedo que había que ir a buscar arriesgando la vida. Hay un dinero en Carmina que hay que quedarse esperando a que llegue, conteniendo la muerte.
Había un protagonista en El Salario del miedo que es el arquetipo de hombre privilegiado por el patriarcado (no gordo, no viejo, no extranjero). Carmina es gorda y es vieja, y no es extranjera pero es andaluza, que nos vale lo mismo.
Hay hombres en El Salario Del Miedo que parecen optar por el único destino posible arriesgando la vida. Hay mujeres en Carmina y Amén que el destino lo deciden ellas mismas con un poco de azúcar y unas velas.
Hombres en El Salario Del Miedo que (ay, tan) veladamente se desean (estas son siempre mis escenas favoritas de los westerns cuando los vuelvo a ver de mayor... ¿os acordáis de Clint Eastwood en El Bueno, El Feo y El Malo, en esa escena tan out-of-nowere, cuando arropa al joven desconocido muerto y se le escapa una lágirma enamorada...? En El Salario Del Miedo... ¿cómo se explican las escenas de celos entre Luiggi, Jo y el prota, eh...?). Mujeres en Carmina y Amén que se miran sin tapujos, que resuelven tensiones de un manotazo, o sostienen esa conversación tan incómoda como maravillosa sobre bisexualidad.
Hombres que sí, se quieren y hasta podrían desearse, pero que son rivales. Mujeres que se juntan y hacen piña.
Y no es de forma desinteresada ni amorosa que se juntan las mujeres de Carmina.
Porque no estoy proponiendo una peli en la que la antítesis de los valores masculinos que veíamos en la anterior sean los valores femeninos que nos asigna ese mismo patriarcado. De hecho podrá argumentarse bien que el mundo matriarcal de Carmina no es “mejor” (moralmente, digamos) que el mundo patriarcal de El Salario del Miedo.
Pero a mí eso realmente me da igual. Lo que me importa es que uno de esos mundos ha sido infinitamente representado, infinitamente reproducido, infinitamente servido como “El” mundo a niñas ávidas de aventuras. ¿Y el otro mundo? ¿Cómo es el mundo de las mujeres que adornan los westerns, las que se quedan agitando la mano mientras se alejan los vaqueros a caballo? ¿Dónde está ese mundo representado?
Yo os lo enseño.
Venid a ver Carmina y Amén el martes que viene a las 8 en el cineclub de La Morada.