Recordaba que cuando vi Faces me fascinó, entre otras cosas, cómo se da en ella el estar con los personajes, un estar que no pasa por la empatía direccionada, y que sí tiene mucho que ver con dar y darles tiempo, con algo de dinamitar la identidad entre personaje-actor, con cómo la cámara se entromete frenética y al mismo tiempo deja que las cosas sucedan, con una furia vital por la que todo se expone al riesgo de perder la propia película.
Faces sucede principalmente –aunque no sólo- en los rostros de los actores. Una película con actores tan hiperinconscientes de las cámaras que producen vértigo, que lloran, ríen, lloran, ríen, lloran, que podrían hartarnos, que nos importan. Parte de la crítica ha visto en ella un retrato de la hipocresía alienante sobre la que se asientan las relaciones matrimoniales de la burguesía norteamericana. No creo que aproximaciones así puedan decir mucho de esta película. Sobre todo ello tendremos ocasión de discutir después de verla, el próximo miércoles 6 de mayo a las 8 de la tarde en el cine-club de La Morada.