Por fin India Song en el cine-club, no es algo triunfal, pero da un poco de alegría traer esta película que pende de un hilo. Lahore Lahore... El vice-cónsul en Lahore... Anne-Marie... Le bal... Es repetir algunas palabras, rodearse de una música, dejarse llevar por ella. Meterse a-h-í. Ese gusto por soñar con la boca, repetir palabras que se te pegan en la lengua, dar un ritmo. Hasta quedarse colgada con un lugar lejano, pero no por lo exótico de los usos y costumbres de otros países, no, el lugar lejano está en el misterio de la superficie de los cuerpos y las cosas. Mientras el cuerpo está suspendido en un ritmo. Tanto que casi parece congelado en el calor de Lahore. O baila en la misma suspensión. Cadencia de la música, cadencia de la imagen. Las palabras que se dicen no hacen más que aumentar el misterio de esos cuerpos, en ningún caso desvelan su verdad, no les arrancamos nada. No son las palabras de la policía, son las palabras de quien quiere, ante todo, mirar.
Y hay también unas voces, algunas como de niñas, que se hacen preguntas, que cuentan historias introduciéndose en la casa. Que sienten ese gusto por mirar, son todo ojos y curiosidad (les gusta tó, como al protagonista de la peli de Naruse, como a la martirio!) Desde dónde hablan? Podrían ser nuestras voces?
Esto es tal vez lo que podría haberle pasado a ese protagonista de Nubes dispersas, destinado a Lahore. Disfrutar como un loco con el misterio de esos cuerpos que son todo para ver y para hacer de ellos una danza que no-no-no para, que ni comienza ni acaba. Porque NO es una historia. Tomar una decisión, separarse al fin, y llevándose su dolor consigo, pasar del melodrama al drama melódico. El loco de la estética. Aullar de locura por las calles de Lahore...
Seguimos en la morada, en casarrubuelos, a las 20 horas del martes. Llevaré dos botellas de vino según nuestros cálculos. Traed si podéis alguna cosa que acaricie nuestros estómagos y los llene al mismo tiempo, que la hora es muy mala.
Muás.