¿Y cuál es, ese viejo sueño? Pues podría ser el viejo sueño del comunismo, el de la emancipación. Guiraudie filma una fábrica del sudoeste de Francia a punto de cerrar y a unos obreros que podrían ser los nietos, o los biznietos, de aquellos trabajadores que vieron por primera vez el mar durante sus vacaciones también por primera vez pagadas, tomando las playas destinadas a los burgueses, en los años del Frente Popular. Una fábrica vacía y la luz que atraviesa sus grandes ventanales como si fuese una catedral, tan bonito como en una catedral, lo que jamás ve nadie con los ojos del arte y de ello, como del accidente y el asesinato, sacar la belleza, y unos obreros a la antigua (treinta años en la empresa y así) que no tienen ya nada que hacer e improvisan reuniones en el verde escaso que rodea las naves y hablan de su suerte.
Y entonces aparece Jacques, que es más joven y es mecánico y va y viene montando y desmontando máquinas, y ha sido contratado para desmontar y empaquetar una, y no parará de trabajar esa última semana mientras recibe a los demás, que le visitan y le observan y le ofrecen o no ayuda. No parará y esto es una cosa rara, casi nunca se ve trabajar a la gente en las películas, a alguien (una mujer en la película de un hombre) se le ocurría que es porque los gestos del trabajo son los mismos que los gestos del amor. Y ese podría ser también el viejo sueño, el del amor al trabajo, el trabajo del amor.
Estaba un poco en el aire, la semana pasada, la sospecha de que la relación igualitaria que inventan juntos los personajes de Design for Living "no sería posible en la vida real". Ay, la vida real. La realidad imaginada y probada aquí es que, a pesar de haber sido más o menos derrotados, a pesar del cansancio y de todas las imposibilidades, algunos de estos obreros van a convertirse en obreros enamorados, todavía capaces de quererse y de tratar de comprenderse, y de hacer esa pregunta cuya respuesta nadie sabe, de preguntarse por su deseo.