En una ciudad alemana indeterminada, allá por los primerísimos años del siglo XX, un pintor, Claude Zoret, “máxima gloria del arte nacional”, vive en una casa inmensa, ornamentada hasta lo inimaginable, poblada por obras de arte y una peculiar familia: varios sirvientes, un mayordomo fiel y Mikaël, su ayudante-ahijado-adorado, el modelo de sus cuadros más admirados.
En esta casa entre el ir y venir de críticos de arte, nobles y marchantes se introduce una princesa para encargar al gran maestro un retrato: “nunca pinto retratos por encargo, pero ya que está usted aquí, se lo haré”, una princesa sobre la que se rumorea que está arruinada y cuyos ojos se encuentran fulminantemente con los de Mikaël…
Con un formalismo extremo y parco se da vida a un escenario que empieza pareciendo de teatro y termina cobrando una extraña vida, un espacio en el que se despliega una sofisticada retórica que parecería obedecer al lenguaje corporal inherente al cine mudo, pero que nos traslada la posibilidad de ver cómo las emociones pueden estallar en los ojos, materializarse en los cuerpos, casi hasta el éxtasis…
Hay también en la película muchas otras cosas: humo de largos cigarros, un abanico de plumas para besarse mientras se contempla el lago de los cisnes de Tchaikovsky, una estatua griega observada por dos enamorados, como un bebé, la figura de un Cristo desproporcionado que parece estar sentado a la mesa, la monstruosa cabeza de una escultura de un arte clásico monumental o pequeñas caras de marionetas entre las que se encuentra una cara de Chaplin, una cara que Mikaël imita con su rostro…
antes de que lo veáis con vuestros propios ojos el próximo martes a partir de las 20.00 en la Morada.