Conocerante en los pechos
que asoman bajo el jubon.
Yo los apretaré, padre
al par de mi corazon
Bien, pues en el puerto de Marsella apenas un suspiro, apenas un arrebato, tarda la joven Sylvia Snow en cortarse las coletas y en cambiar su nombre por el de Sylvester Scarlett. De jovencita a jovencito (un jovencito guapo y ambiguo que se parece mucho al joven David Bowie) por acompañar a su pobre padre, a su padre indigno, sí, de verdad, qué desastre de padre.
Sylvia Scarlett se titula la película, aunque apenas empezada Sylvia se transforme en Sylvester, y es de 1936, del joven Cukor y la joven Katherine Hepburn, una película extraña, sí, tan extraña que casi acaba con la carrera de los dos, menudo fracaso comercial, nunca volverían a hacer algo así, nunca volverían a ser tan jóvenes, nunca volverían a arriesgar tanto, a calcular tan poco.
¿Por qué es tan extraña? Bueno, poco puedo anunciar, porque conviene guardar secreto sobre su trama, que está hecha de desvíos y más desvíos, cada vez que uno cree saber qué película está viendo esta pega un giro, cuando uno cree que va a ser alegre se vuelve tristísima, cuando uno está a punto de reír se pone a sufrir, cuando uno está dispuesto a sufrir le toca entonces reírse. Sin cesar se transforma en otra cosa, como la jovencita que se transforma en jovencito que a su vez se transforma en mujer.
¿Por qué es tan alegre? Bueno, hay en ella bribones y aventuras y una roulotte que atraviesa el bosque y el espectáculo de los pierrots rosas y Cary Grant de estafador con trajes a rayas, quizás cínico, quizás no, y una rusa caprichosa y cruel y una tonta no tan tonta y alguna que otra bofetada a destiempo y la juventud entusiasta de Sylvia y Sylvester. ¿No veis que lo estoy diciendo todo en desorden para que no recordéis nada? Nada de nada, hay que dejarse sorprender.
¿Y por qué es tan triste? Por esto y aquello y porque ¿no os parece casi siempre tristísimo en una película cuando una chica como un chico vestida de pronto acepta probarse una falda? ¿Qué tristeza es esa? ¿A qué renuncian y qué ganan, en qué mundo entran, jóvenes pierrots y mujeres piratas y doncellas guerreras, cuando aceptan la falda? Pero, en todo lo demás, Orlando era el mismo. El cambio de sexo modificaba su porvenir, no su identidad.
No conviene contar mucho, decía, así que sólo añadiré: pasen, pasen y vean al señor Sylvester Scarlettto, no dejen, no, pasar la roulotte de los Pink Pierrots, este martes, a las ocho, en el cine-club de la Morada.