Orphée (Orfeo, Jean Cocteau, 1950).
La semana pasada después de ver “Institute Benjamenta”, nos preguntamos, entre otras cosas, si era posible estar, querer permanecer en ese mundo que se recreaba en la escuela de sirvientes, sin haber entrado verdaderamente en él, por una dificultad para seguir a los personajes en su adentrarse en ellos mismos. Esto era debido, creo, al desequilibrio entre lo que las imágenes en su onirismo intentaban sugerir y lo que realmente se nos permitía llegar a vivir con estos personajes; imágenes llenas -o vacías- de una sobreinterpretación psicológica (entre líneas) de la novela de R. Walser en la que se basa, hasta desentenderse totalmente de ella.
En Orfeo (1950) dirigida por Jean Cocteau hay un juego de artificio que, a priori, podría tener relación con la concepción imaginerista de Institute Benjamenta. Pero el artificio aquí se plantea desde una literalidad radical del mito que hace que los efectos de imagen sean a la vez reales y permitan la magia de presenciar cómo se desarrollan ante nuestros ojos para armar de un modo rudimentario y sofisticado una pasarela de cine hacia otro lado, e incluso para adentrarnos en la filmación de ese otro lado…
La primera vez que vi la película Orfeo, no vi la película Orfeo. Fue en el examen final de un curso en una cátedra de cinematografía, donde debíamos analizar una secuencia que se nos proyectaba por primera vez sin que se nos dijese a qué película pertenecía, no recuerdo bien si porque se daba por hecho que debíamos haberla visto, o porque ver la película completa se consideraba un detalle nimio a la hora de diseccionarla. En esa secuencia, alguien se preparaba concienzudamente para atravesar un espejo y lo atravesaba…
Como si fuese el trozo de una vasija, ese fragmento hizo que la película se compusiera y recompusiera desconocidamente en mi cabeza hasta que años más tarde -todavía era un tiempo en que el encuentro con las películas (no editadas, no descargables) respondía al azar-, la viese completa en un cine-club, en un sótano de Buenos Aires. Y me sorprendió, me fascinó por la manera de superponer narrativamente el mito y un fragmento de vida contemporánea de una ciudad de provincias francesa en los años después de la segunda guerra mundial, en los que se rodaba la película: Orfeo, un poeta al que piden autógrafos por la calle, Euridice ama de casa, las bacantes, un grupo de mujeres feministas y la muerte, y sus emisarios motoristas que entran en escena… Y también por la tensión respecto los convencionalismos sentimentales y el desplazamiento de los protagonismos y los amores en relación al referente mitológico en su versión greco-latina. Y un personaje inolvidable, Heurtebise… Pero de todo esto no quiero adelantar más, hasta que lo comentemos, después de ver la película juntas ¿y atravesar el espejo?
El próximo martes 14 de noviembre, a las 20.00 en el cine-club de la Morada.