Se trata de que en ‘Una habitación en la ciudad’ (1982) el protagonista vestía durante casi todo el metraje una cazadora de cuero, estaba desesperado porque no podía trabajar a causa de una huelga y de no haber estado tan ajetreado con sus escarceos amorosos, en otro contexto no habría resultado en absoluto descabellado que hubiera recurrido al robo a mano armada. De ahí, además del ruido de unos sintetizadores en una obra ambientada en los cincuenta pero de inevitable aire ochentero, que pensáramos en el cine quinqui español.
Proyectaremos pues DEPRISA, DEPRISA (1981) de Carlos Saura igual que podríamos haber elegido una película de Eloy de la Iglesia (Navajeros, El pico) o de José Antonio de la Loma (Perros Callejeros). No estamos ante una(s) película(s) cuyo único interés es el de trasladarnos a una época o de retratarnos un tiempo concreto, su valor es el de contener unas mismas particularidades: es un tipo de cine que rompe con lo institucional dentro de la misma pantalla (la policía es siempre el enemigo), actores y actrices no son profesionales en su mayoría y el punto de vista es el de los delincuentes, personas para las que el tiempo es oro, que necesitan escapar de la realidad deprisa, muy deprisa.