Mi madre, hasta entonces cuidadora de sus padres, hermanos y sobrinos, criada en su propia casa, me habló de la alegría de salir temprano y coger el autobús que la llevaba a la fábrica, lejos. Esta clase de libertad es la que Satyajit Ray filma en Mahanagar (La gran ciudad, 1963), la película de mañana martes a las ocho, en el cine-club de La Morada. La película de Arati y de la familia a la que cuida, su marido, sus suegros, su cuñada y su hijo, los seis apiñados en habitaciones estrechísimas donde las puertas son cortinas y es imposible estar a solas. La película del incumplimiento de una frase oracular, con la que el marido desafía a su hermana pequeña: "Para qué estudias, si vas a acabar en la cocina, como tu cuñada".
¿Qué sucede cuando una mujer empieza a trabajar fuera de casa, a mediados de los cincuenta, en Calcuta? El empleo que consigue Arati es absurdo, naturalmente (tratándose del capitalismo), pero eso es lo de menos. Lo de más es que el mundo del personaje, y el personaje mismo, van a crecer y crecer y crecer. Que va a enfrentarse a problemas éticos, políticos, de lujo, que exceden la mera supervivencia y que incluso la ponen en peligro. Que va a escoger sus relaciones. Que va a ganar dinero, la veremos encerrada en un baño de señoras abrazando su primer sueldo, felicidad espejo de la del pescador tumbado en el tejado tras hipotecar la única propiedad familiar, imaginándose ya faenando sin patronos, en La terra trema. El dinero es también todo lo que puede hacerse con él y una puede emanciparse vendiendo a domicilio telares eléctricos.
La capacidad y el deseo recién descubiertos de Arati afectan a los que la rodean, obligan a cambios dolorosos. Y Satyajit Ray se ocupa con igual comprensión de gente muy valiente y de gente muy equivocada y los manuales, perezosos, lo califican de "humanista". Yo me acuerdo de mi amigo Jordi y de que "la vida de cualquier persona es seria e importante".