Como A Matter of Life and Death (Michael Powell y Emeric Pressburger, 1946), que vimos la semana pasada, Mr. Arkadin (Orson Welles, 1955) también comienza con una avioneta que surca fatídicamente los cielos. Pero en lugar de surgir en ella el amor, un amor capaz de trascender confines espirituales, se instaura por ella un misterio, capaz de hacernos traspasar todo tipo de fronteras territoriales y temporales. Pensando un poco ésta película del inquieto Orson Welles, intentando recordar imágenes y experiencias, me vienen a la mente tres ideas. Una de ellas es la del viaje, porque la película se presenta como un laberíntico trayecto narrativo en forma de viaje geográfico y epistemológico, por diferentes localizaciones y diferentes verdades. Un viaje con el que se pretende desvelar varios misterios: el de esa avioneta que, desocupada, surca los cielos españoles; el de dos nombres susurradas por un moribundo; el del pasado del turbio señor que da título a la película. Porque el protagonista de la película no es el misterioso señor Arkadin (el mismo Orson Welles), sino el filibustero Guy Van Stratten (un tal Robert Arden), al que el primero encarga el trabajo de rastrear y revelar su pasado, que una amnesia parece velar. Una investigación que se convierte en tortuoso viaje por medio mundo, incluyendo Barcelona, Segovia y Madrid, en busca de una verdad confusa desvelada por fragmentos. Precisamente la fragmentación es otra de esas ideas evocadas por la película, porque tengo la sensación, más bien el recuerdo, de que los materiales de la película se articulan en forma de pequeños cortes, bien cortos, posteriormente ensamblados con maestría en la sala de montaje. Resultado de una producción accidentada, que se intuye en ocasiones oportunista, con un Welles rodando cuando puede, cuando se lo puede permitir, y cuando se lo permiten. Y que dota a la película de una cierta urgencia en su composición y ritmo, condensando el tiempo y expandiendo el espacio transitado. Fragmentos de espacios por los que el espectador se desplaza incesante, trotando y escabulléndose en compañía, aunque no siempre en sintonía, con el atareado e inquieto protagonista. Geografía creativa, diría Kuleshov; geografía exprimida, en manos de Welles. Un Welles con cierto gusto por lo grotesco, a falta probablemente de un adjetivo más acertado, que ha decidido poblar su película de personajes a veces desagradables, en ocasiones extravagantes (¡un domador de pulgas!), generalmente antipáticos, presentados con cierto ánimo expresionista, por aquello del juego con la iluminación marcada y los ángulos de cámara pronunciados, esos ‘ángulos alemanes’ (originalmente deutsch angles) que, por corrupciones del idioma, porque las palabras también viajan, acabaron siendo holandeses (dutch angle). Personajes e imágenes perfectos para un relato sobre la desconfianza, el engaño, la vileza, la maquinación. El próximo martes, a las 20:00, Mr. Arkadin en el cineclub de La Morada.
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