They're selling postcards of the hanging
They are painting the passports brown
The beauty parlor is filled with sailors
The circus is in town
Esta semana viajamos un poco más atrás, a 1974, No tocar a la mujer blanca!, de Marco Ferreri, pero seguimos en París y ya entonces las máquinas están demoliendo la ciudad. Donde estaba el mercado central, Les Halles, el vientre de París, los pabellones Baltard, construidos de 1850 a 1870, caldera destinada a la digestión de un pueblo, gigantesco vientre de metal empernado y remachado, construido de madera, de vidrio y de hierro fundido, de una elegancia y con una potencia de motor mecánico, ahora hay un gran agujero, un enorme agujero de tierra, futuro centro comercial.
Viajamos a 1974 y a París pero también a junio de 1876 y a Montana, 1974 y 1876 al mismo tiempo, Montana y el agujero de Les Halles son lo mismo, porque con lo que Marco Ferreri rellena el gran agujero que las excavadoras han hecho en el centro de París es con la historia de Little Big Horn, con la victoria de los indios y la derrota de Custer, sí, lo llena de indios y de soldados y de caballos, y es como si el circo hubiese llegado a la ciudad para representar una vez más la vieja historia, tantas veces contada, ahora farsa perezosa, cruel y caótica, (pero ¿tienen gracia las farsas?) disparando a todo lo que se mueve en medio del polvo que levantan las obras de demolición.
Como en la canciones de Dylan, están todos, Toro Sentado y su loco, Custer y su explorador, Buffalo Bill y su circo, y también los socios de la compañía de ferrocarriles y un embalsamador de indios y un ántropólogo y un agente de la CIA y la mirada magnética de Nixon... Y todos ellos son los amigos de Ferreri, Mastroianni y Piccoli, Cuny y Reggiani, Tognazzi y Deneuve, todos disfrazados, todos haciendo su numerito del viejo oeste en medio de las calles setenteras de París, todos entregados al placer de pasarse ochenta pueblos, histriones haciendo de histriones, Custer contra Buffalo Bill, payasos agotados luchando por la gloria y por la mujer blanca, sirviendo de fachada y mano armada a otros poderes.
Todo parece ser, claro, una metáfora. La semana pasada el sentido era libre, ahora volvemos a encerrarlo y si a pesar de todo llega a liberarse es por saturación. Y París sigue siendo un terreno de juegos que matan, pero ya no juegan mujeres entre ellas, sino hombres (con invitada), y el juego se llena de tartazos y tomatazos y mierda y sangre, y chistes que aciertan y chistes que fallan, y Ferreri lo filma como a paletadas, de cualquier manera, en medio de la alucinante realidad de la gran obra parisina, con la mentira prosaica de los disfraces, y uno no sabe muy bien qué pasa, qué tiene que mirar, pero de tanto desorden algo, quizás, puede quedar en la memoria, una imagen al mismo tiempo realista y fantástica, la carrera de los indios victoriosos por el gran agujero de Les Halles, 1876 en 1974.
Este martes, a las ocho, la gran pradera de Montana en el gran agujero de Les Halles en una pequeña sala de La Morada.