El pasado martes quisimos comer racimos de glicinias. Después de ver y hablar de Providence nos dio por querer una película como una glicinia. Yo recuerdo una película de Moretti en la que el personaje caminaba por una acera muy estrecha y cuando pasaba junto a la hiedra que colgaba del muro dejaba que le tocara toda la cara. Suponíamos que el personaje cerraba los ojos porque estábamos a su espalda. Con el tiempo me he dado cuenta de que ese gesto no lo he visto muchas más veces, y lo recuerdo bastante.
El caso es que seguro que no hablábamos de plantas que cuelgan sino de glicinias, porque era eso lo que colgaba morado al fondo de uno de los primeros planos de Providence. Y esto quizás pueda estar relacionado con lo que una vez leí en una web que decía "fijaros que donde mejor crecen las glicinias es en sitios abandonados, en ruinas". Aunque ahora que lo pienso el jardín del otro día no estaba abandonado, sí estaba trabajado, la hierba estaba baja y no veía ninguna rama cortada por la mitad como en todas las parroquias de Madrid. La glicinia, atendiendo a lo que decía la web, crecería bastante más cuando muriera el moribundo propietario de la finca de Providence y la heredaran sus hijos que no parecían tener mucha sintonía. De modo que la glicinia que vimos estaba un paso entre el castillo y sus ruinas. Nada que ver con una que vi el otro día en una película de una mujer de la que hablamos también otro día. La película trataba sobre la vida y el trabajo de una familia que se dedicaba a unas viñas que poseían al lado de un lago suizo. El abuelo, cuando pasean en barca, se maravillaba ante aquellos que eliminaron todo el bosque que rodeaba al lago para hacer terrazas con vides. Pero este no es el tema, el tema es que el abuelo mientras podaba su glicinia contaba la historia de cómo una vez su mujer había partido por un par de meses a creo que Ecuador. Cuando hablaban por teléfono ella le decía cuánto extrañaba su casa y su pueblo. Para festejar la inminente llegada de su mujer e imaginando la gran exuberancia del país extranjero, el abuelo decidió no podar en la parte colindante con su dormitorio la centenaria glicinia. Cuando volvió la mujer, la glicinia llegaba hasta la cama. Era verano y no se podían cerrar las ventanas. Al final, la mujer se puso enferma y el médico le preguntó si tenía muchas plantas en casa. Ella se reía mientras relataba cómo sólo se atrevió a decirle que sí, una muy grande, bajo su ventana.
A pesar de esta sensación al final elegimos Sogni d'oro, de Nanni Moretti, que no tiene nada de esto. Lo más parecido es una sachertorte a la que se refiere el protagonista Michele Apicella cuando lleva a dos conocidos suyos aspirantes a director a una de las únicas pastelerías donde las hacen, aunque tampoco se sorprenden mucho de la pasión de éste por los dulces porque la madre de Michelle ya se lo había contado cuando tras mucha insistencia fueron finalmente invitados a comer. Esta circunstancia me recuerda un artículo que por azar objetivo leí el otro día. Allí se hacía referencia a un relato de Alan Pauls que hablaba sobre Nanni Moretti :
“A mediados de 1976, los hermanos Taviani discutían en su pequeña oficina romana los detalles de la película que tenían entre manos –Padre padrone–, cuando la ronca exhalación de un motor que se acercaba, ligeramente desafinado, los obligó a callarse. Se acercaron a la ventana: vieron una vieja Vespa blanca estacionada frente a la oficina y a un hombre alto, extraordinariamente flaco, vestido con unos raídos pantalones de pana, que caminaba hacia ellos con el casco puesto y los trancos largos y ciegos de un sonámbulo. Por un momento, un poco inquietos, los Taviani alentaron la esperanza de que la visita no fuera para ellos. Pero el timbre sonó, sonó una, dos, tres veces, insistente y sonámbulo, y Paolo –el más aplomado de los dos: casi veinticinco años después, Vittorio confiesa que él había propuesto que se quedaran en silencio, fingiendo que no había nadie en la oficina– abrió la puerta, y el hombre entró y les estrechó la mano durante un largo rato, con una gravedad un poco pasada de moda o burlándose, y sin decir una palabra se sentó ante el escritorio, en la silla de Paolo, de modo que Paolo, después de cerrar la puerta, fue hasta el escritorio y se quedó de pie junto a Vittorio –sólo había dos sillas en la oficina–, posición en la que tuvo que permanecer los quince minutos que duró la visita del desconocido.
—Soy Nanni Moretti –dijo.
(...) Los Taviani no recuerdan muy bien de qué hablaron. Recuerdan que Moretti habló, habló y habló y que ellos escucharon. Quería trabajar con ellos en su próxima película. De meritorio, de eléctrico: de cualquier cosa. Había hecho un par de cortos en super 8 que podía mostrarles, si querían. Nada demasiado importante: ejercicios. Ahora empezaba a preparar su primer largometraje, también en super 8.
—Ah, qué bien –suspiró Paolo–. ¿Y de qué va a tratar su película?
—Todavía no lo sé –dijo Moretti–. Sólo tengo el título. Se va a llamar Yo soy un autárquico".
Nanni Moretti hizo "Yo soy un autárquico", después "Ecce bombo" y después la película que vamos a ver el próximo martes a las 20h en La Morada: "Sueños dorados" o "Dulces sueños". En todas ellas el protagonista es Michele Apicella, que en esta ocasión es un joven director de cine que intenta continuar tras un gran éxito en sus primeras películas. El público, los viejos, los jóvenes, los periódicos y las televisiones le interrogan y hablan de él. Él, a su vez, intenta vivir escribiendo el guión de su próxima película, que va de la relación de Freud con su madre. A todo esto se le añade que Michele Apicella sueña, como todo el mundo.
Bueno no, no sueña como todo el mundo. Como en la película pasada pero no como en la película de Raúl Ruiz, sólo sueña su protagonista.
No voy a relacionar, como se me ocurrió, la película de Resnais con ésta porque en ambas aparezcan hombres lobo ya que eso sería desvelar la película. Yo creo que podemos acercarlas en la medida en que en ambas el protagonista sueña, imagina o desea algo. Habrá diferencias entre las dos, la película pasada la vi dividida en dos partes, una menos realista que la otra. Mientras que la que veremos el próximo día me parece menos dividida, menos real y entrelazada del mismo modo que las líneas en nuestras manos (concretamente aquellas que están en la parte interior de la palma a la altura de los nudillos). En esta película Freud dirá: "las fantasías diurnas como los sueños son realizaciones del deseo, como los sueños están basados en gran parte en impresiones y experiencias infantiles, como los sueños disfrutan de un cierto grado de relajación de la censura. Su conexión con los recuerdos de los que derivan es muy parecida a la conexión que une algunos palacios barrocos de Roma con las ruinas antiguas".
También podemos relacionar ambas películas en la medida en que tratan la relación entre padre o madre e hijo. En Sogni d'oro quizás esto se pueda extender también a la pretendida diferencia generacional entre jóvenes y adultos de la que todo el mundo le pregunta o a la que todo le enfrenta. Lo que me recuerda, y esto lo pego igual que el texto de Alan Pauls, la discusión entre Monicelli, el director de la película que vimos hace tres semanas, y Moretti, que tuvo lugar por aquellos años en la televisión pública italiana:
http://youtu.be/bU1vS9Eg8PY
Al final, lo que quiero decir con estos dos ejemplos es que, como veremos, estas y otras circunstancias públicas forman parte de la película que vamos a ver y que Michele Apicella lo que hace es hacer cine en público de todas las caras de cada pregunta que se plantea sin poder apenas comer algo parecido a un racimo de glicinias intentando en el transcurso no mentir mucho. Es una película horrible con colores apagados. Sin un sol del color que sea, sin apenas plantas aunque fueran de cartón, todo lleno de luces artificiales en interiores como me imagino pueden ser algunos platós de cine o televisión.
Hasta el martes, en el night club morado.