Leamos este poema de Mariano Blatt e intentemos retenerlo:
Hay que escuchar música de ahora porque la música está hecha para resolver problemas. Así, la música de ahora resuelve los problemas de ahora.
De modo que quien no escuche música ahora, quedará con muchos problemas sin resolver.
Y lo sugiero porque la música y todo lo que ella trae, incluyendo la grilla generacional, organiza mucho de lo que podremos imaginar, experimentar y desde luego evocar junto a The Last Days of Disco, la película dirigida por Whit Stillman en 1998, que veremos este martes en el cine-club de La Morada. De nuevo y al hilo de las últimas sesiones nos enfrentaremos a un mundo donde el destino inmediato esta reglado no tanto por el presente sino por las acciones que lo preceden, donde el protocolo de la seducción gobierna los vínculos y donde el amor entendido como una búsqueda es la franja que separa la sin razón de la organización. Pero esta vez no veremos como tales ideas y preocupaciones pueden ser recogidas y puestas en práctica a través de un hombre sino de varios y especialmente junto a dos amigas: Charlotte y Alice. Aunque para ser justos con la bella línea coral que plantea la película también lo seguiremos a través de los comentarios y gestos de Holly, Nina, Jimmy, Des, Tom y Josh. Todos ellos universitarios en plena furia por vehicular un posible destino en función de su reciente graduación, aunque por suerte descubrimos toda una serie de variables. Y lo hacemos porque el escenario principal donde se juega tal posibilidad no son los pasillos de una editorial, un estudio de publicidad o un bufete de abogados, zonas cenitales en la vida de estos jóvenes, sino una discoteca en 1980.
Este lugar se llama El Club y viene a ser una sumatoria del ambiente que el propio Whit Stillam vivió en discotecas como Studio 54, pero también de entornos más porosos como The Loft o Paradise Garage. Seguramente es esta vía autobiográfica la que nos permite huir de ese ambiente poblado de celebridades, flashes y hedonismo a través del cual se suele presentar la “música disco” e ingresar en un mundo donde en algún momento “el glamour fue entendido como acto de rebeldía” (Peter Shapiro).
Las referencias al disco y a su presente son constantes: que Chic, que Diana Ross, que Donna Summer, que el fin de la utopía hippie, que la exclusión y la guerra de pandillas. Pero todo ello aparece desde una óptica menos alimentada por la nostalgia que por la ironía y el encanto absurdo con la que un grupo de privilegio es capaz de llevar adelante sus vidas. Sin embargo la película nos permite reconocer lo específico: esos códigos tan visibles (el dress–code) como ocultos (el acento) que configuran toda subcultura, en este caso los signos de esta “cultura disco” se encuentra en plena transición.
Lo atractivo de The Last Days of Disco es que nos permite intuir una forma de relación abierta a lo que vendrá. Y lo que viene no solo es la “cultura dance” (tal como la conocimos) sino una zona de acción que pone en primer plano el buen hacer de la vida social, esa que unicamente se experimenta en grupos de amigos, y se permite cuestionar la eficacia de las construcciones forjadas únicamente por dos integrantes.
Es una película de interiores, de conversaciones que siguen a otras, de taxis nocturnos, de casas vagón, de guapos publicistas a los que no se les permite entrar en la discoteca y tienen que hacerlo por la puerta de atrás o vestidos de los personajes del Mago de Oz y de chicos que usan ropa grande porque se encuentran a la espera de pegar un último estirón. También es una película de fisiotipos, de redadas, de amigos y enemigos que también son amigos. Pero sobre todo es una película donde se baila tanto como se habla. Por eso después de una larga noche, de ir a desayunar y a trabajar casi sin dormir ¿bailamos? ¿a cielo abierto?
https://www.youtube.com/watch?v=92EapONAnGI