Los niños-emperadores que vimos la semana pasada en Emperador Tomate Ketchup (1971) no construyen mundos alternativos sino que reproducen un mundo familiar y extraño que agita, con humor y fuego, las infinitas violencias del mundo adulto. En Cero en Conducta (1933) tenemos otra visión de la infancia que es otra visión de la humanidad: niñas-poetas, niñas-rebeldes. Frente a un sistema educativo basado en el castigo, la disciplina y el embrutecimiento, rebeldía y poesía aparecen aquí inseparables. Más allá de representar al sistema educativo, el internado donde se desarrolla la acción es símbolo de todo un orden social represivo. Más allá de la infancia, estas imágenes cantan al rebelde-poeta sin edad.
El martes que viene: Cero en Conducta de Jean Vigo (1933, 41 min.) Los niños-emperadores que vimos la semana pasada en Emperador Tomate Ketchup (1971) no construyen mundos alternativos sino que reproducen un mundo familiar y extraño que agita, con humor y fuego, las infinitas violencias del mundo adulto. En Cero en Conducta (1933) tenemos otra visión de la infancia que es otra visión de la humanidad: niñas-poetas, niñas-rebeldes. Frente a un sistema educativo basado en el castigo, la disciplina y el embrutecimiento, rebeldía y poesía aparecen aquí inseparables. Más allá de representar al sistema educativo, el internado donde se desarrolla la acción es símbolo de todo un orden social represivo. Más allá de la infancia, estas imágenes cantan al rebelde-poeta sin edad. La peli ofrece todo un repertorio de los estereotipos que sirven a la autoridad: momias ancladas en los modos del Segundo Imperio francés que aburren hasta idiotizar, pero también profesores modernos cuyos horizontes más amplios no les priva de ejercer la represión sistémica. Prima el mantenimiento de un orden, con apenas disimulado desenfreno, que expone la ecuación entre escuela, cárcel, campo de entrenamiento militar y nación. La peli fue denunciada por la asociación Padres de Familia Organizados - toma nombre revelador! - y considerada anti-patriótica por los estamentos oficiales que prohibieron su difusión hasta 1945. Frente a este estado de las cosas, imágenes rebelde-poéticas. Jean Vigo se acerca a la labor de hacer una película, con medios muy limitados, con total indiferencia hacia las convenciones narrativas y formales de la época. Imágenes a cámara lenta, animación, montaje de efectos surrealistas, la música de Maurice Jaubert. Se trata de imágenes y sonidos también autobiográficos: Vigo pasó muchos años en un internado imaginando otro mundo tras el asesinato-suicidio de su padre en la cárcel, el periodista antimilitarista Miguel Almereyda. La realidad es materia prima para la aventura: rebelarse con la alegría de una pelea de almohadas y escaparse por los tejados como un grupo de gatos a hacer otro mundo
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